Si tu familia tiene un negocio, huye, dedícate a otra cosa. He tenido la experiencia de conocer varios negocios familiares de cerca, y ninguno de ellos pintaba nada bueno. Todos tenían algo en común, ninguno de sus miembros se daba cuenta de lo jodido del asunto.
Tuve la suerte, o más bien la desgracia, de conocer un triángulo no amoroso precisamente, compuesto por dos hermanos y una madre. La relación era un tanto peligrosa: la madre, situada en el vértice más alto de nuestro triángulo imaginario, hacía y deshacía a su antojo, parecía que el negocio era suyo, y andaba todo el rato manipulando a unos y a otros. La hermana se mostraba sumisa y entregada al negocio familiar, la pobre, hacían con ella lo que querían. El dueño del negocio, era el hermano, un ser arrogante y despreciable, que se creía superior por tener una carrera de mierda, pero lo que tenía era un pegote de madre, allí de ocupa, manejando su negocio.
Lo malo de trabajar en el negocio familiar, es que tienes que estar todo el rato tragando, y todo el rato comiendo marrones. El resto de trabajos también los tienen, pero algunos son más o menos eludibles; los marrones familiares, no. Y aquí no puedes mandar a la mierda a nadie, porque a lo mejor esa noche te toca dormir en el sofá.
En los negocios familiares, también existe la explotación. Conozco a una pobre abuelilla, que dice que está ayudando al nieto. Pues menuda ayuda, ella cocina, atiende las mesas, abre y cierra el bar... y estoy segura de que el local lo alquiló ella, y también lo decoró. El nieto aparece de vez en cuando con la novia, cena, echa el rato y se va.